Hace unos días me llamó un amigo para contarme su próximo destino viajero, Lisboa. ¡Vaya!-le dije-te vas a unas de mis ciudades favoritas. Su contestación fue la siguiente-¡Pues vente!-. Al volver a casa y mientras hacía la cena me invadió un sentimiento de melancolía (esa saudade lisboeta...)
Recuerdo esa ciudad no sólo por su belleza, luz y color...sino también por la cantidad de sensaciones que te despierta. Una de ellas es el café. Lo primero que hace uno cuando llega a esta cosmopolita ciudad es sentarse en una terraza, tomarse un café y guardar su sabor.
En Lisboa, este suculento y exótico manjar es una institución, protagonista indiscutible de veladas, reuniones y encuentros, incluso yo diría que es hasta una forma de vida, una parte más de la arquitectura ciudadana.
El café sale de una prodigiosa planta coffea, cuyo cultivo se mantuvo en secreto. Fue descrita por vez primera en 1583 por el botánico alemán Leonhard Rauwolf. Algunos teóricos aseguran que vino de Goa a través de un peregrino de vuelta de La Meca y que introdujo su cultivo en la India con un puñado de planteles. Otros aseguran que procede de las antiguas colonias de África y del Brasil, y de la región etíope llamada históricamente kaffa o caffa donde los monjes cristianos coptos bebían la infusión de la planta coffea para mantenerse despiertos.
Pero ¿cómo llegó a las tierras del bajo Amazonas y a la Parabia del Sur...? la versión más aventurera y convincente (para algunos) es la que protagonizó Francisco de Melho, un personaje considerado como héroe nacional. Su hazaña para conseguir tan preciada planta parece sacada de una película de Erroll Flynn, donde el romance se mezcla con cucharas, platillos, cafetales y una buena dosis de imaginación.
Pero ¿cómo llegó a las tierras del bajo Amazonas y a la Parabia del Sur...? la versión más aventurera y convincente (para algunos) es la que protagonizó Francisco de Melho, un personaje considerado como héroe nacional. Su hazaña para conseguir tan preciada planta parece sacada de una película de Erroll Flynn, donde el romance se mezcla con cucharas, platillos, cafetales y una buena dosis de imaginación.
Nos situamos en la Lisboa de mediados del siglo XVIII. El rey Juan V, solicitó de forma muy diplomática café a los franceses de la Guayana (esa porción de tierra cercana al Caribe). La petición cayó en agua de borrajas, por lo que hubo que tomar una determinación, y rápida. Francisco de Melho, escritor, político y militar portugués, con un toque de aventurero y galán, es enviado a La Guayana con la intención de intercambiar productos, estrechar los lazos entre ambas naciones y sobre todo hacerse con varias plantas de café (coffea). Cuando llega a su destino se introduce rápidamente en los ambientes de la corte, bailes, salones, y allí es donde acerca sus barbas a la esposa del Gobernador, que le prestó una calurosa acogida. El cortejo y el romance dieron su fruto, tanto que la dama se propuso ayudar a tan gentil caballero en su propósito. La estrategia fue la siguiente: colocó una pequeña planta del cafeto entre las flores que la dama le envió unos días antes de su marcha a Portugal. Rocambolesca historia pero muchos la dan por verídica.
Francisco de Melho no sólo se dedicó al ars amandi, cultivó las letras como dramaturgo, moralista y poeta, siendo una figura destacada de la literatura barroca peninsular, hasta trabó contacto con Francisco de Quevedo. Acabó sus días en Brasil, acusado de homicidio y desterrado.
En Lisboa se puede hacer algo que a mí me encanta y es comprar el café a granel, en grano o molido, como lo prefieran...; Una delicia al atardecer es degustar un galao, se pronuncia galaum (un café con leche servido en vaso) acompañado de una riquísima queijada (típico dulce de leche, queso, coco, mantequilla y huevos).
Francisco de Melho |
Guayana Francesa |
En Lisboa se puede hacer algo que a mí me encanta y es comprar el café a granel, en grano o molido, como lo prefieran...; Una delicia al atardecer es degustar un galao, se pronuncia galaum (un café con leche servido en vaso) acompañado de una riquísima queijada (típico dulce de leche, queso, coco, mantequilla y huevos).
Hay otro tesoro que guarda Lisboa y es el Museo Calouste Gulbenkian. La colección personal que legó el petrolero de origen armenio Calouste Sarkis Gulbenkian (1869-1955) forman la base de un museo excepcional. Calouste nació en Estambul en el seno de una pudiente familia dedicada al comercio del aceite. Se fue a Inglaterra a estudiar ingeniería, activo en el sector del petróleo y uno de los pioneros en el desarrollo del sector petrolífero en Oriente Medio.
Recibió el sobrenombre de Mr Five Percent desde que en 1914, los principales accionistas de la Turkish Petroleum Company se vieron obligados a concederle el 5% sin derecho a voto para facilitar la reorganización accionarial que daba entrada a Anglo-Persian Oil Company. Esto supuso el control del gobierno británico para asegurarse la extracción del petróleo en Iraq. Calouste creó un gran imperio lo que le proporcionó una gran fortuna que dedicó a invertir en la compra de obras de arte. Su gusto era exquisito, compraba sin un criterio establecido, sin una especialización por lo que tenemos ante nosotros una colección tan ecléctica como sorprendente. Eso si contó con especialistas y asesores para dar forma a su colección como Howard Carter y que podemos comprobar en la diversas salas del museo con variadas piezas de arte faraónico. Si nos sumergimos en el museo vemos el gusto que tenía por Oriente, presente en unos fondos procedentes de Siria, Armenia, Turquía, Persia, India o el Caúcaso.
La otra gran pasión de Calouste fue el arte europeo: pinturas, esculturas, tapices, mobiliarios, orfebrería que van desde el siglo X al XX. El inicio de la Segunda Guerra Mundial lo cambió todo, abandonó París (su lugar de residencia y sitiada por el ejército alemán), por Lisboa. Parece ser que en un principio tenía pensado venir a España pero sus complejas relaciones con el general Franco le llevaron a tierras lusas. Magnífica elección, su última voluntad fue la de obsequiar a la ciudad con su extraordinaria colección que se expone en el Museo Gulbenkian desde 1969. El edificio consta de una sola planta, rodeado de unos maravillosos jardines.
Calouste Gulbenkian |
Recibió el sobrenombre de Mr Five Percent desde que en 1914, los principales accionistas de la Turkish Petroleum Company se vieron obligados a concederle el 5% sin derecho a voto para facilitar la reorganización accionarial que daba entrada a Anglo-Persian Oil Company. Esto supuso el control del gobierno británico para asegurarse la extracción del petróleo en Iraq. Calouste creó un gran imperio lo que le proporcionó una gran fortuna que dedicó a invertir en la compra de obras de arte. Su gusto era exquisito, compraba sin un criterio establecido, sin una especialización por lo que tenemos ante nosotros una colección tan ecléctica como sorprendente. Eso si contó con especialistas y asesores para dar forma a su colección como Howard Carter y que podemos comprobar en la diversas salas del museo con variadas piezas de arte faraónico. Si nos sumergimos en el museo vemos el gusto que tenía por Oriente, presente en unos fondos procedentes de Siria, Armenia, Turquía, Persia, India o el Caúcaso.
La otra gran pasión de Calouste fue el arte europeo: pinturas, esculturas, tapices, mobiliarios, orfebrería que van desde el siglo X al XX. El inicio de la Segunda Guerra Mundial lo cambió todo, abandonó París (su lugar de residencia y sitiada por el ejército alemán), por Lisboa. Parece ser que en un principio tenía pensado venir a España pero sus complejas relaciones con el general Franco le llevaron a tierras lusas. Magnífica elección, su última voluntad fue la de obsequiar a la ciudad con su extraordinaria colección que se expone en el Museo Gulbenkian desde 1969. El edificio consta de una sola planta, rodeado de unos maravillosos jardines.
Nota: como dijo Fernando Pessoa "Vivir no es necesario, lo que es necesario es crear"
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