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Tres de las personas que más quiero y admiro se encuentran en Tulum, México. No han ido allí en busca de tesoros aunque quizás más importante que todo eso, es el hecho de que están celebrando su reciente enlace junto a su preciosa hija.
Este no es una blog que hable de asuntos familiares pero en esta ocasión no podía dejar la ocasión de dedicarles una "entrada".
Tulum y el Caribe es un destino de lo más atractivo, ya no solo por sus aguas cristalinas y cenotes...sino porque alberga uno de los yacimientos mayas más bellos.
Acaba de amanecer en Tulum. El día se presenta nublado y muy ventoso, es posible que una tormenta tropical esté al acecho, pero nos encaminamos hacia las ruinas con una sonrisa radiante.
Hace años, Pedro, el pater familias, le dedicó unos días a Tulum. Aquello según me cuenta era otra ciudad menos saturada por el turismo y con un encanto propio de los lugares que aún se esconden entre la selva y el mar. Sucede que cuando uno vuelve a esos sitios de los que en un tiempo pretérito se enamoró...ya no puede esperar encontrarse lo mismo, las sensaciones son otras y la vista que envolvía tanta belleza comienza a perderse en la línea del horizonte. Aún así Tulum se viste de nostalgia y misterio para recibirlos, como tres expedicionarios deseosos de admirarla.
La pequeña Ana Luna, con tan sólo siete años ya podría despuntar como futura arqueóloga y se hace preguntas sobre el origen de aquellas piedras y su disposición. El pasado ya se ha apoderado de ella.
Marta camina con la mirada puesta en un edificio construido frente al mar. Con toda seguridad es una de las construcciones más antiguas del recinto y según parece cuenta con elementos que simbolizan a Venus y al Sol. Uno de los paneles informativos nos indica que la ciudad de Tulum recibía en la antigüedad el nombre maya de Zama, que en maya significa amanecer y que también fue un importante centro de culto para el "dios descendente".
Marta, Pedro y Ana Luna se han dispersado por el recinto, ahora cada uno observa el lugar bajo un prisma de sensaciones y comienzan a sentir el verdadero sentido de la soledad contemplada.
A Pedro le interesa la parte histórica de su descubrimiento-ya sabemos todos los que le conocemos que su pasión por los viajes viene de lejos-por tanto el díptico informativo que habla sobre sus descubridores llama su atención y comienza a imaginar en el tiempo.
Allá por 1842, dos ingleses muy intrépidos, John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood llegaron hasta estas ruinas con el propósito de estudiarlas y dibujarlas. Las pinturas son tan exquisitas que causaron furor en la Inglaterra del siglo XIX por su delicadeza, luz y color. A día de hoy se siguen cotizando a unos precios muy elevados en subastas y los coleccionistas de arte no escatiman en gastos para adquirirlas.
Frederick Catherwood |
Tras dos horas de paseo el cansancio aparece y nuestros viajeros deciden salir del recinto. Sólo queda bajar unos metros por el acantilado y sumergirse en las aguas del Mar Caribe.
¡Feliz viaje!