Sucede, en ocasiones, que uno marcha lejos, muy lejos, bien para reencontrarse con su vida o quizás para olvidarse un rato de quién es-cosa que no viene mal de vez en cuando-. Yo caería en esa tentación por un tiempo, marcharía a un lugar soleado, en donde pudiera contemplar la puesta de sol desde una palapa, en silencio y con el rumor de las olas.
Hace ya unos cuantos años que el escritor Paul Bowles emprendió un viaje a las mismísimas entrañas del desierto del Sáhara. Su experiencia vital la relató en un magnífico e interesante libro, ya no sólo por su lado aventurero, sino por la fuerza e intensidad que le envuelve. Su título original es de lo más extraño, "Their heads are Green, their hands are Blue" (en castellano se tradujo por "Cabezas verdes, manos azules"). Yo conocí este libro por el gran Luis Pancorbo, una de las personas que más sabe de Viajes, de Literatura, de Antropología, de la vida y de los seres humanos, por eso no podía dejar de leerlo.
De izq a drcha: Emilio Sanz, Carleton, Capote, Jane y Bowles |
Paul Bowles nació en 1910 en New York, la gran metrópolis mundial. Pronto sintió esa llamada por lo desconocido, por lo incierto, por lo inalcanzable y se lanzó a por ello. Tras muchas idas y venidas entre el Viejo y el Nuevo Mundo decidió fijar su residencia en Tánger (Marruecos) al lado de su mujer, Jane Auer con la que se casó en 1938. A partir de ese momento la mayoría de sus relatos y libros se ambientan en Marruecos y la cultura musulmana, confluyendo ambas identidades en un mundo desértico y mágico.
Ocurre que cuando uno ha viajado a algún desierto siente algo que hasta entonces le era desconocido. Hablo de la potencia del silencio y su perturbadora fuerza. Hace unos días leía un artículo escrito por Joseba Evola y publicado en El País, titulado "Silencio, por favor", en donde cuenta la experiencia de un noruego llamado Erling Kagge que marcha a la Antártida en solitario durante 55 días. "Caminó, día tras día, en medio de un paisaje blanco y vacío, aparentemente plano. Se envolvió en la (presunta) nada, se enfrentó al (gran) silencio". También dice que sólo enfrentándonos al silencio conseguiremos conocernos.
Música y silencio, van juntas, de la mano, esas pausas entre nota y nota son las que elevan la intensidad del silencio. Nada como sentir la nada para hallarse o encontrarse con uno mismo, y así, de esa manera, entre el ruido existimos, huyendo sin retorno, porque no soportamos no oír nada.
A mi me gusta elegir esos momentos en los que no quiero escuchar(me), para luego dar paso a la música, la expresión artística más bella que ha creado el ser humano, sin menospreciar al resto, por favor!
A Paul Bowles le sucedió algo magnífico en su carrera como músico aficionado y como escritor. En 1959 la Fundación Rockefeller le concedió una beca por un plazo de seis meses para llevar a cabo un innovador proyecto: grabar y tomar ejemplos de todos los principales ejemplos musicales que pudiera encontrar en Marruecos. Cuarenta mil kilómetros grabando música para la Biblioteca del Congreso de los EE.UU y, que en la actualidad se conserva en su increíble fonoteca. Este es sin duda uno de los proyectos etnográficos más interesantes que se han llevado a cabo en territorio marroquí.
¿Pero cómo fue ese primer contacto con el desierto para Bowles?
(...) parece que el silencio fuese una fuerza consciente que, molesta por la intrusión de sonido, redujera al mínimo el sonido y lo dispersara en seguida. Luego está el cielo, comparado con el cual todos los demás cielos parecen intentos fallidos. Rotundo y luminoso, es siempre el punto focal del paisaje. En el ocaso, la sombra precisa y curva de la tierra penetra en él y se eleva rápida del horizonte cortándolo en la mitad luminosa y la oscura. (...) Es una sensación única y no tiene nada que ver con la sensación de soledad, porque esto presupone una memoria. Para los franceses este tipo de sensaciones fueron un especie de "Baptême de la solitude", algo así como un bautismo de la soledad.
De entre las muchas de las grabaciones que realizó Bowles durante estos seis meses, hay una llamada Reh dial Beni Bouhiya particularmente hermosa. En un paisaje inmenso y desolado nos conmueve encontrar un camellero solitario sentado junto a su hoguera por la noche, y escuchar durante largo tiempo las cadencias quejumbrosas y titubeantes del qsbah.
Terminé de leer hace un par de noches "Cabezas verdes, manos azules", el silencio de la noche envuelve cada golpe de tambor y así, en calma, el sueño se apodera de mí.
Temazo: Majid Bekkas "African Gnaoua Blues" (2001)
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