Aquella era una mañana calurosa del mes de Noviembre en un país en el que no existe el otoño. El sol no tardó en despertarse a eso de las cinco. Nosotras, Isabel, Paloma y una servidora nos desperezamos de la cama dando un salto casi olímpico. Ese día, tomábamos rumbo en barco a uno de los rincones del mundo donde quizá nada ha cambiado, un lugar tan misterioso y bello que permanece oculto en el llano. Ese lugar es Bagán (Birmania).
El barco que comunica la ciudad legendaria de Mandalay (al norte del país) con Bagán, era una especie de vapor del Missisippi, o al menos a mi me lo parecía. La popa estaba provista de esa gigantesca rueda hidráulica que impulsa el motor del barco y lo lleva rio abajo en un recorrido de casi 170 kilómetros y 13 horas. Toda una aventura por la mayor cuenca fluvial que atraviesa el país, el río Irrawaddy, "el rio que brillaba como si arrastrara diamantes" así lo describió George Orwell (1903-1950) cuando trabajó para la Policía Imperial India en Birmania.
George Orwell |
El barco de la compañía estatal "Inland Water transport" estaba abarrotado de gente. Casi todos lugareños que se movían como pez en el agua por la cubierta del barco, saltaban de lado a lado en busca de un té, una samosa o una charla intemporal. Yo decidí apoderarme del desayuno de un alemán despistado que se dejó su bolsa en una silla olvidada. El menú no podía ser más completo: un plátano, unas galletas y un huevo duro. Todo un manjar para un estómago (muy vacío). La horas no transcurría, la lentitud del vapor era pasmosa, el sopor del calor hacía que tu cuerpo se resbalase por el suelo como una ameba. Coffee mix, coffee mix !! gritaba una chica joven provista de una tetera con agua, vasos de plástico y sobrecitos de ese terrible café y leche en polvo que tanto se consume en el país. Me tomé uno y decidí asomarme a la cubierta del barco. De repente y sobre una extensión de tierra infinita se asomaba una de las mayores concentraciones de estupas y templos budistas del mundo, uno de los recintos arqueológicos más importantes del planeta: la antigua ciudad de Bagán, antiguamente conocida como el Reino de Pagán. Me llevó un largo rato asimilar tanta belleza desde lo lejos. No sólo contemplaba una planicie teñida de verde con miles de pagodas a su alrededor, la mezcla de soledad y estupor se transformaron en arritmia y descanso.
Una vez en tierra y tras conseguir descender del barco por una tablilla por la que jugueteaba para no caerme, tomamos un especie de moto-taxi rumbo al New Bagán, una pequeña concentración de hoteles, tiendas de souvenirs, telares y talleres artesanales que sirven de "nuevo hogar" a una población que ha sido arrancada de sus casas originales por el Gobierno de la Junta Militar birmana.
Tras recorrer varios guest-house u hoteles decidimos quedarnos en uno provisto de habitaciones individuales con un pequeño porche a la entrada, perfecto para salir por las noches a fumar un cigarrillo y deleitarse con las miles de flores inidentificables que proporcionan los climas tropicales. Un dato, el precio por persona era de 4 dólares la noche.
La mañana se mostraba desafiante, casi tanto como el desayuno: zumo de papaya y mango, té, tostadas, huevos revueltos, toda una herencia colonial al más puro estilo británico.
Adentrarse en el Reino de Pagán supone un reto. Fue fundada en el año 849 d.C (en el recodo protegido del rio Irrawaddy) por motivos estratégicos, pero también por motivos místicos y cerca del Monte Popa, un centro religioso de los nat (espíritus), en una importante encrucijada comercial de mon, chinos e indios. El esplendor de este asentamiento comenzó con el victorioso rey Anawrahta (1044-1077), que unificó el país y propagó el budismo theravada. El esplendor de Pagán se extinguió bruscamente con la anexión que llevó a cabo Kublai Khan en 1287, como consecuencia de la cual la ciudad quedó abandonada. Durante los siglos XI al XIII surgieron unos 13.000 templos, estupas y pagodas. De los cuales 2.217 construcciones superaron los terremotos, las invasiones, el fuego y la decadencia. Para los budistas una forma de llegar al nirvana es construir un templo o una estupa. Por esta razón los reyes, la nobleza y los monjes construyeron monumentos imperecederos de ladrillo y de estuco. Uno de los ejemplos más notables es el templo de Ananda, comenzado por el rey Anawratha y terminado por el rey Kyanzittha. Es, con su blanca sikhara (torre puntiaguda), uno de los edificios más notables y una obra maestra de la arquitectura mon. La pagoda de Ngakywenadaung, con su estupa maciza y cilíndrica, del siglo X, es una de las más bellas. Algunos al contemplarla comentan que les evocan reminiscencias de los primeros templos aztecas. A mi me recuerda al bulbo de la flor de loto...;
La pagoda de Shwezigon es el mayor templo de la zona, la más suntuosa, vistosa, fastuosa, pero no guarda el halo de elegancia de las dos anteriores. Según la leyenda, por orden del rey, se cargó a lomos de un elefante blanco una reliquia sagrada de Buda. La pagoda señala el lugar en que el elefante se arrodilló en el banco de arena del rio y su nombre significa eso mismo "estupa de oro en el banco de arena". Se la considera una de las pagodas más importantes de toda Birmania porque según cuentan, guarda la clavícula, el hueso frontal y un diente de Buda.
"Llegamos a una gran plaza, cuyo suelo es de tierra apisonada. La construcción impresiona poderosamente. Veo que unas anchas escaleras ascienden y desaparecen por una puerta ancha y no sé más. (...) Pero entonces continuamos nuestra escalada por el interior y por una estrecha escalera exterior alcanzamos la planta superior, pero es como si la construcción volase delante de nosotros, como si fuese más alta con sus nichos, sus torres, sus estupas, sus adornos. (...) Entre el cielo y la tierra sólo hay un centímetro, que se supera en un abrir y cerrar de ojos. Entonces se tocan. El momento es tanto más maravilloso cuanto que es inimaginable no oír ningún sonido, un golpe de timbal. Pero no hay absolutamente nada, el barco se desliza en silencio con la vela teñida de rojo, el carro de bueyes se adentra en el polvo silencioso". (Gabriele Fahr-Becker. Arte Asiático. Ed Köneman. 1999).
La grandiosidad y la sencillez de éste lugar se mezclan en la retina del viajero. Ya no sólo por contemplar estupefactos una retahíla de estupas y pagodas que se repiten como un mantra, si no porque a tu alrededor siempre encuentras a un lugareño que con su sonrisa te muestra el esplendor y la decadencia de (su) reino. Pero todavía hay más. Adentrarse en Birmania supone escapar de la civilización más occidentalizada. A día de hoy es el país más pobre del Sudeste Asiático, muy por detrás de sus vecinos tailandeses, chinos, vietnamitas...y por supuesto el que sufre más carencias básicas como la leche, imposible de encontrar a no ser que se tome en polvo, un simple perfume, cuchillas de afeitar, o hasta una simple barra de labios para mujer. Si quieres cambiar euros o dólares a la moneda local (kyats) has de acudir al mercado negro, no existen los teléfonos públicos, y ni siquiera los hoteles cuentan con internet para el viajero.
Hoy me he despertado soñando que volvía a Birmania y que regresaba al café donde me tomé el mejor zumo de mango del mundo.