L´Arlesiana. Van Gogh 1888. Óleo sobre tela.. Metropolitan Museum of Art, New York |
"Hace unos años vi en una exposición un cuadro en cierto modo atractivo y valioso, La arlesiana de Van Gogh, el retrato de una mujer de pueblo, no guapa por estar entrada en años, que, tranquilamente sentada en una silla, mira seria y ensimismada. Lleva una falda de las que se ven todos los días y sus manos son tan corrientes que apenas se les presta atención, porque en modo alguno parecen bellas. Tampoco una modesta cinta en el pelo parece es nada del otro mundo. El rostro de la mujer denota dureza. Los rasgos de su rostro traslucen múltiples y graves experiencias.
Confieso de buen grado que al principio sólo pretendía contemplar por encima del cuadro, que juzgué una obra muy intensa, para seguir andando lo más deprisa posible y ver otros objetos, pero algo especial me sujetó por los brazos, valga la expresión. Preguntándome qué belleza encerraba, me persuadí de que había que compadecer al artista que derrochó tamaña laboriosidad en un asunto tan trivial y carente de gracia. Me pregunté si me me gustaría poseer el cuadro; pero no me atreví a responder afirmativa ni negativamente a la curiosa pregunta.
Además me planteé la cuestión, apariencia fácil y en absoluto injustificada, de si existía siquiera en nuestra sociedad un lugar adecuado para cuadros como esta arlesiana, porque nadie podía haber encargado obra así; más bien es obvio que el artista se hizo el encargo a sí mismo, y después pintó lo que quizá o desee tener nadie. ¿Quién tendría interés en colgar en la habitación un cuadro tan banal?
Tiziano, Rubens, Cranach, me dije a mí mismo, han pintado mujeres maravillosas, y al decirme ésto, nuestro artista, que sin duda experimentaba más dolor que alegría de vivir, y ésta época nuestra, en cierto sentido complicada y triste, me hicieron daño, por así decirlo.
Es verdad que el mundo, seguramente adquirirá una renovada belleza, y alegres esperanzas florecerán siempre de nuevo. Nadie pretende discutir que hasta entonces vivamos en circunstancias casi precarias.
A pesar de que alrededor del cuadro de Van Gogh alentaba algo triste o molesto, de que las duras condiciones parecen resaltar a su lado o tras él, no con nitidez, pero sí con bastante claridad, me alegraba, pues el cuadro es una obra maestra. El color y la pincelada revelan un vigor extraordinario, y la factura es excelente. El cuadro contiene, entre otras cosas, una maravillosa pieza roja de primorosa soltura. El conjunto, sin embargo, encierra más belleza interna que externa. ¿No hallan también ciertos libros mala acogida porque son esquivos, es decir, porque es difícil asignarles un valor? A veces la belleza no se muestra lo suficiente.
El cuadro de Van Gogh me pareció una narración seria. De repente la mujer empezó a hablar de su vida. En otro tiempo era una niña e iba al colegio. Qué bonito es ver todos los días a los padres y que los maestros te inicien en toda clase de conocimientos. Qué alegres y luminosas eran la clase y la relación con las compañeras. Qué dulce y dichosa es la juventud!
En otro tiempo los rasgos duros fueron blandos, y esos ojos fríos, casi malvados, amables e inocentes. Ella era tanto y tan poco como tú. Tan rica en esperanza e idéntica en pobreza. Un persona como todos nosotros, a la que sus pies llevaron por muchas calles claras de día y oscuras de noche. También acudiría con frecuencia a la iglesia o a bailar. Con qué asiduidad no abrirían sus manos una ventana o cerrarían una puerta! Este tipo de cosas y otras similares hacemos tú y yo a diario, ¿verdad?, y ahí reside la futilidad, pero también la grandeza. ¿Tendría una amante que la colmaría de alegría y de preocupaciones? Ella escuchaba atenta el sonido de las campanas y sus ojos captaban la belleza de las ramas en flor. Transcurrieron mese, años, veranos, inviernos...No es muy sencillo todo esto. Llevó una vida esforzada. Un buen día un pintor, que al fin y al cabo, sólo es un pobre creador, le dijo que le gustaría pintarla. Posa, pues, para él y se deja retratar con serenidad. No le resulta un modelo indiferente, pues al pintor ninguna persona le es indiferente. La pinta tal como es, con absoluta sencillez y sinceridad. pero sin mucha intención algo grande y elevado irrumpe no obstante en el sencillo cuadro, una seriedad anímica imposible de soslayar.
Después de haber memorizado el cuadro a conciencia , fui a casa y escribí un artículo sobre él para la revista Arte y artistas. El contenido del artículo se ha ido volando, por lo que deseo recuperarlo y así lo he hecho con éstas líneas".
Ante la pintura. Narraciones y otros poemas. Robert Walser (1878-1956). Libros del Tiempo. Ediciones Siruela. 2009.