(Una tarde del mes de Abril...)
Salimos del hotel Academia-situado justo enfrente de la Iglesia de San Lorenzo-con una lluvia torrencial, de esa que te empapa en pocos segundos, giramos a la izquierda con dirección al Palazzo Médicci-Ricardi. Las estancias y su patio central son espléndidos, guardan un equilibrio en proporciones tan perfecto como sólo el Renacimiento nos ha dado. En una de sus salas, una muy pequeña para la suntuosidad del edificio, se esconde una joya de la pintura del Qinquecento. Se trata de la "Adoración de los Magos" de Benozzo Gozzoli. Un séquito real acompaña a un Melchor, Gaspar y Baltasar que bien podrían ser el vivo retrato de un ciudadano ilustre de la Florencia del siglo XVI. Contemplarlos en silencio se convierte en un encuentro con el pasado de la ciudad y con un tiempo ya muy lejano.
La lluvia y los zapatos mojados nos llevan a un pequeño bar en el que se hace imperativo beberse un primer café (italiano) y como no una fresquísima "Moretti".
Tomamos la vía Cavour y nos plantamos en la Piazza della Signoria para refugiarnos de inmediato bajo la Logia dei Lanzi y sus soportales. Allí en medio de la tormenta se escuchan las voces de Las Sabinas y su rapto y a Perseo y su cuchillo en mano "sangrante" tras cercenarle la cabeza a Medusa. El viento que trae el río Arno silba entre las esculturas y proclama un anochecer más, que la ciudad está protegida de las miradas.
Llega el momento de la cena y que mejor manera de celebrarlo que en una Trattoria con unos "pappardelle al cinghiale" y unos "raviolis a la ricotta" ¡¡assolutamente ottima!!
Acaba el día y tras la cena elegimos un pequeño bar al lado del hotel para disfrutar en su terraza de la noche.
Firenze esconde lugares que bien valen una visita. Toparse con el Duomo es siempre espectacular. Es cierto que la mirada no te llega o no te da para contemplar tanta belleza a si que yo creo que lo mejor es dejarse llevar y seguir caminando.
En uno de los laterales de la Piazza del Duomo sale una bocacalle muy estrechita que te lleva al Museo de Dante, fuera de los circuitos tradicionales y renacentistas de la ciudad. Dentro de la estancia y subiendo unas escaleritas te sumerges en un espacio y universo propio del autor de la Divina Comedia. Paneles con su biografía escrita, mapas, pinturas, muestran la Firenze más medieval y totalmente desconocida para los viajeros. Al asomarte por una de los ventanales que dan a un patio, se oye la voz de un Dante Alighieri que ha cobrado vida al grito de:
¡Oh vosotros los que entráis,
abandonad toda esperanza!
Inoculados del amargor de sus palabras caminamos en silencio por el estrecho corredor de la calle y sin quererlo alzamos la mirada y leemos un cartel que dice: "Chiesa di Dante". Ahí está señoras y señores la pequeñísima y bella iglesia de Santa Margherita dei Cerchi donde se encuentran los restos y la sencilla tumba de la amada de Dante. Ella es, ella fue: Beatrice Portinari.
Se ha especulado mucho sobre la existencia real de Beatrice. Para algunos sólo fue un amor platónico, fantaseado e inventado por Dante para su gran obra, la Divina Comedia. Otros hablan de una mujer proveniente de una familia rica cuyo padre, Folco Portinari tuvo el mérito de fundar el hospital principal del centro de la capital toscana. La fecha de su nacimiento se sitúa en el año 1266 y la de su muerte en el 1290, con tan sólo veintitrés años. No se tiene constancia de una relación entre el escritor y su musa. Ella se casó con un banquero llamado Simone dei Bardi y tras su muerte cuentan que Dante, destrozado por la noticia entró en una etapa de excesos y numerosas amantes. Un año después contrae matrimonio con Gemma Donatil.
Dante y Beatrice pintado por Henry Holiday (1883) |
Salimos de la Iglesia con una sonrisa. Encontrarnos con Beatrice y Dante ha sido muy especial.
Ponemos rumbo al Piazzale Michelangelo, al mirador más alto de la ciudad y desde donde se contempla la puesta de sol más bella de Firenze.
Ahora mientras el sol se pone y para celebrar una vez más el día, nos pedimos un "Aperol-Spritz" y un "Negroni"
¡Salute!