Seguimos en ruta. La carretera se pierde entre pinares, fresnos, abedules, castaños de indias, sauces, álamos, chopos...es una vuelta al origen de los tiempos, como una llamada oculta que se abre paso entre la piedra y la madera.
Respiramos profundamente ante la belleza de un templo románico. Sus pequeños canecillos parecen acurrurar la memoria no escrita y sus capiteles, que entremezclan fantasías imposibles en tiempos pretéritos intuyen la lucha y el hambre, animales fastuosos y divinos, leyendas olvidadas por el paso del tiempo y la nostalgia vivida.
Ante nosotros se alza una escena que habla por si sola. Con sencillos trazos que perfilan vidas, nuestro imaginario colectivo interpreta el pasado y hace que salga de nosotros la imaginación y la razón entrelazadas, dando respuestas e interpretando lo que pudo ser y no fue o lo que queremos que sea. Sencillamente interpretamos para entender, miramos porque elegimos hacerlo.
María elige contemplar la escena unos metros más atrás, como si la sombra del ayer pudiera susurrarle colores y policromías...
Alberto reconstruye cada trazo y movimiento dando sentido a todo lo que vemos...así, entre hipótesis, el resurgir se apodera del pensamiento y sin quererlo podemos ver como los personajes se mueven y nos miran...
Beatriz se aproxima a la escena intentando adentrase en ella, captura en cada foto los casi mil años de una vida cotidiana. La sencillez de los encuentros entre las personas y sus quehaceres no han cambiado, en realidad nada ha cambiado, solo que ahora ya no nos damos cuenta.
La imágenes corresponden al mural que hay en el interior de la Iglesia románica de Pelayos del Arroyo, un pueblecito a 20 km de Segovia. Gracias Inés Robledo por enseñarnos tu iglesia.