El alma que ha visto, lo mejor posible, las esencias y la verdad, deberá constituir un hombre, que se consagrará a la sabiduría, a la belleza, a las musas y al amor. Platón, Fedro o de la belleza.
Perhaps he knew, as I did not, that the Earth was made round so that we would not see too far down the road. Isak Dinesen
Sólo vemos lo que miramos. Mirar es elegir. John Berger
Y cogeré hasta el final de los tiempos, las plateadas manzanas de la Luna, las doradas manzanas del Sol. William Butler Yeats

sábado, 5 de diciembre de 2020

Rafflesia arnoldii, la flor más grande del mundo.



En tiempos de pandemia, cuando ya todos vivimos bajo la mascarilla de forma habitual y cotidiana, como si no hubiera otra forma de esquivar los malos humores, a mi me da por pensar en aquellos hoteles coloniales que plagaron algunas capitales del Asia Oriental.

Hace unos años, cayó en mis manos un libro titulado "Hotel Nirvana", escrito por el gran Manuel Leguineche. Me lo pasé pipa leyendo cada una de las interesantes aventuras y sucesos que acaecieron en los muy diversos hoteles, en los que el periodista de televisión española había frecuentado como corresponsal de guerra y viajero impenitente. Ahí estaban el Pera Palace de Estambul-en el que mi amiga Mati y yo nos bebimos una fresquísima birra, una hermosa tarde de Septiembre-, o el Sascher de Viena, hasta el mítico Holiday Inn de Sarajevo- refugio de periodista y corresponsales de guerra durante la Guerra de los Balcanes-; fue mi amigo y escritor de literatura de viajes, Luis Pancorbo, quién me puso sobre la pista hace unos días, sobre estos míticos hoteles de época victoriana y, todo surgió porque debatíamos sobre la calidad de los mangos en España...



La conversación tomó rumbo hacia el Singapur de finales del siglo XIX, cuando dos hermanos de origen armenio fundaron uno de los hoteles emblemáticos de la ciudad, el Hotel Raffles-llamado así en recuerdo al fundador de la ciudad, Thomas Stamford Raffles-. La vida de este hombre parece sacada de un folletín al más puro estilo novelesco de Tom Jones (pero sin tanta picaresca). Empezando porque Raffles nació frente a las costas de Jamaica a bordo de un barco mercante capitaneado por su padre, quien al morir, les dejó a él y toda su familia sumidos en la pobreza. 





Raffles espabiló pronto, tanto que, ya metido en la Compañía Británica de las Indias Orientales, fundó la Colonia de Singapur en 1819. En la actualidad, su nombre figura en algunos edificios civiles de la ciudad, escuelas y avenidas, pero a mi, particularmente, más que por sus dotes de estadista y fundador de ciudades,  me llama la atención porque hizo uno de los grandes descubrimientos botánico de su tiempo. 

Raffles y su colega Joseph Arnold descubrieron la flor más grande del mundo, la bautizada como Rafflesia arnoldii, ahí es ná...



A la Rafflesia se la (re) conoce por ser la flor más grande del mundo y también, la más apestosa. Para hacernos una idea de su tamaño, mide casi un metro de ancho y pesa hasta once kilogramos. Pertenece a la familia de la euforbiáceas, en las se incluyen las campánulas irlandesas, el árbol de goma, la planta de aceite de castor,  la yuca y hasta la flor de Nochebuena. La Rafflesia es una flor realmente rara, los investigadores llevan años intentando averiguar la evolución de esta planta parásita, que roba los nutrientes de otra planta, mientras engaña a los insectos que la polinizan.

Vive en medio de enredaderas tropicales, carece de hojas, brotes y raíces, y tampoco emplea la fotosíntesis. Las flores desprenden un fuerte olor fétido, parecido al de la carne podrida, y lo más increíble es, que pueden desprender calor, mecanismos que le sirven para mimetizar las altas temperaturas y el olor de un animal muerto y así, atraer a las moscas carroñeras que son quiénes la polinizan. Ver para creer...




miércoles, 9 de septiembre de 2020

Historias de Cafés, croissants, búnkers y bicicletas por la Aquitania francesa




Si el sabor del café y los croissants tienen una nacionalidad, indudablemente se la atribuimos a La France, ese país vecino que nos deleita por su belleza, sus paisajes y su delicadeza al hablar. ¡Quién no ha sentido gustazo sumo al levantarse por las mañanas y desearse los buenos días al ritmo de un bon jour y dirigirse sin dilación a saborear ese petit déjeuner que embelesa los sentidos...!

Pusimos rumbo a la Aquitania-esa región situada en la cornisa sur atlántica de La France-con un claro objetivo: disfrutar de sus playas infinitas, protagonistas de los innumerables desembarcos acaecidos durante la II Guerra Mundial. A lo largo de nuestro camino, nos hemos topado de frente con esas grandes moles de hormigón, los conocidos como búnkers, reconvertidos en la actualidad en singulares espacios de arte y, hemos jugado, soñado, alucinado con los espectaculares túmulos de sedosa tierra,  gigantes arenosos, capaces de alcanzar los 110 metros de altura, y que dan forma a la espectacular Duna de Pilat, un precioso capricho de la Naturaleza.






El Lac d´Hossegor, muy cerquita de Capbreton, fue nuestra primera parada. Reposar la mirada sobre el lago se convirtió en sinónimo de absoluto bienestar... las vacaciones daban comienzo en ese preciso momento. A continuación y sin pensarlo mucho, bajamos las bicis de la furgoneta con rumbo al pueblito-un suave pedaleo acompañado por la brisa marina abriéndonos el apetito-.
Tras la ingesta de un delicioso quiche lorraine pusimos rumbo a la Plage des Casernes. ¡He aquí como se produjo nuestro primer avistamiento de búnkeres, todos ellos diseminados en el conocido como Muro Atlántico de las Landas! 

Durante la II Guerra Mundial (1939-1945), los alemanes edificaron una imponente línea defensiva en la costa atlántica de los países ocupados. El objetivo de tan magna obra de ingeniería-compuesta de cañones, casamatas, baterías, búnkeres- era el de impedir un desembarco de los aliados en el continente. En la actualidad, se pueden observar los restos de los búnkers (algunos "volados" durante la retirada alemana), reconvertidos en obras de arte por los grafiteros.




El segundo día del viaje se antojaba más que memorable. Ahí estaba la formación arenosa más increíble jamás vista, la conocida como la Dune de Pilat, ¡contemplarla desde su base ya supuso todo un reto!. 
La gran Duna de Pilat podría compararse a un ser vivo ya que se encuentra en permanente evolución y desplazamiento desde su génesis, estimada hace varios miles de años. Se extiende por una superficie de 87 hectáreas, ocupando la friolera de 2,5 km de costa lineal y hasta 500 metros del bosque del Parque Natural de las Landas de Gascuña. Un atardecer sobre su cresta, contemplando el Océano Atlántico, resultaron la ecuación perfecta. 







La tercera etapa del viaje, siempre en dirección Norte, venía cargada de emociones y misterio. Delante de nosotros se encontraba una playa kilométrica con sus cinco búnkers. La playa en la que nos situábamos lleva por nombre "Le Pin Sec" y, es tan bella, que hasta los propios franceses prefieren mantenerla en secreto (no hagan mucha difusión de su ubicación, su pureza radica en ello).







Tras tres días disfrutando del sol, playas y cervezas, el viaje tornaba hacia un rumbo histórico. Nuestro siguiente destino tenía nombre de ciudad: La Rochelle, un precioso y preciso punto en el mapa, decisivo también en el desarrollo de la II Guerra Mundial. Un puerto de mar cargado de pasadizos, soportales y lugar de residencia para comerciantes y armadores durante los siglos XVII y XVIII. 








Visitar La Rochelle resultó todo un éxito en nuestra elección de viaje, no solo porque puedes recorrerla en bici, sino también porque allí se encontraba la Base de submarinos de La Pallice, una de las cinco bases construidas por la Alemania nazi para el albergue, abastecimiento y reparación de submarinos (U-Boot) en las costa atlántica de Francia. El complejo principal lo situamos en el Búnker, destino de obligada visita de nuestro periplo viajero.
Le Bunker de La Rochelle se merece una entrada protagonista en el blog, pero para hacernos una pequeña idea de la envergadura del sótano, anotaremos los 192 metros de ancho, 159 metros de profundidad y 19 metros de altura. El bar del Búnker, situado en los bajos de uno de los Hoteles más emblemáticos durante la guerra-L´Hôtel des Etrangers-, era frecuentado por la 3ª flota de marinos alemanes,  lugar de encuentro de oficiales, soldados y algún que otro espía...





A estas alturas de viaje por la France Atlantique, ya sentíamos cómo el carácter de los aquitanas y aquitanos era más y más cercano. Daba igual que no me entendieran en mi precario francés, la amabilidad es sin dudarlo, tarjeta de presentación para los habitantes de esta bella región francesa. 

Y llegamos a nuestro destino final: la Île de Ré (La isla de Ré), a tan sólo 4 km de La Rochelle. Decidimos visitar esta pequeña isla flotante por la existencia de un faro, el llamado "Faro de las ballenas", del resto no teníamos ni idea...
Es un gustazo llegar a los sitios y perderse cual exploradores decimonónicos. Aparcar la furgoneta y comenzar a andar por calles estrechas, con casitas pertenecientes a otra "época" y, terminar durmiendo en un hotel pegado a un puerto de mar, en la misma capital histórica de la isla, Saint Martin de Ré, fue todo un golpe de suerte.
Esta bucólica localización, se ha convertido desde hace tiempo, en el destino de muchos franceses con un alto nivel adquisitivo, en donde prima la relajación y el placer. 
La parte conocida como La Ciudadela, en la zona fortificada, fue, desde medidos del siglo XIX, punto de reunión de todos los presos de Francia. Cientos, miles de condenados salían del muelle George Clemenceau con destino a las colonias francesas en la Guayana o Nueva Caledonia, como Alfred Dreyfus (1859-1935), aquel militar condenado injustamente que protagonizó uno de los casos más flagrantes de la injusticia militar francesa con un trasfondo de espionaje y antisemitismo, el conocido como "Caso Dreyfus". Una recomendación: vean, ¡no dejen pasar! "El oficial y el espía" (2019) de Roman Polanski, 

Y llegamos por fin al Faro de las Ballenas, destino final del viajea bordo de nuestras bicicletas. Hambrientos y deseosos de posar nuestras miradas sobre la línea del horizonte, a 57 metros de altura.





"Los bienes de la tierra se desmenuzan entre los dedos como la arena fina de las dunas" Antoine de Saint-Exupéry

(*Merci, camarade de voyage, por votre sourire, conversation, compagnie et tant d´autres choses)











jueves, 6 de agosto de 2020

Los sonidos de la noche




El Hombre del Río solía caminar largas horas durante la puesta de sol, justo cuando al atardecer, se encuentran las sombras y los últimos rayos de sol juegan con el final del día.

Solía descansar sobre la hierba fresca, tumbado o sentado, plácidamente, sin prisas, oteando el paisaje.

Su mirada se perdía entre los chopos y los álamos, buscando un horizonte boscoso. Así, de esa manera, su cuerpo languidecía anhelando sueños y deseos, sin más intención que la contemplación de un paisaje, invariable ante la inminente oscuridad que cada anochecer acontece.

Su respiración, entrecortada, se acotaba en pensamientos fugaces. Ya sólo se oía el rumor del agua en la planicie verde, en ese jardín deseado que vuelve recurrente a mi mente...

Su camino de vuelta a casa transcurría al lado del río, donde los sonidos de la noche se acentuaban a cada paso, sin prisa y en silencio.

Así es como El hombre del Río busca cada atardecer su lugar en el mundo, entre las luciérnagas de la noche.


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Nick Drake-"Riverman" (1969) (posiblemente, una de las canciones más bellas que se han escrito)

jueves, 28 de mayo de 2020

Rumbo a Estambul


Han pasado ya unos cuantos añitos desde nuestro viaje a Istanbul, esa metrópoli a caballo entre Oriente y Occidente que nos tenía locas como destino de viaje. 
Nunca olvidaré esos tés al caer el sol frente a la Mezquita Azul, previos a nuestro paseo final de vuelta al hotel tras días agotadores de diversión. Tampoco olvidaré nunca cuando divisamos la Cisterna de Yerebatán, como ese lugar mágico y de ensueño, ¡y a su Medusa bajo el agua!, pidiendo intimidad ante la mirada de turistas y curiosos.

Y qué decir de nuestra pequeña aventura en barco hacia el Mar el Negro atravesando cual intrépidas exploradoras el Estrecho del Bósforo. Esa café turco jugando al backgammon en Anadolu Kavagi, que casi nos hace perder el barco de vuelta..., o la charla atemporal en la pastelería del Bazar Egipcio con un judío sefardita, preguntándonos si en verdad todavía quedaban sinagogas en la España...
Te echo de menos, Mati, no pasa ni un solo día que no recuerde tu sonrisa y tus ganas de vivir.

¡Feliz Cumpleaños! <3 <3 <3















martes, 7 de abril de 2020

La luna y su sombra




"Esta noche la Luna está más cerca que nunca. 
Viste de un color anacarado, de marfil y cauri, conchas de nácar y madre perla. 
Mira de frente la Luna, esbelta, redonda y mágica. 
Su cara triste oculta un bostezo de amor y su agua, enigmático manantial, esconde un anhelo y un secreto. 
Se acerca la Luna con un sentimiento vital y marcha en pena su sombra para no regresar en años, lustros, decenios de edad. 
Te miro y no te creo, no consigo acariciarte, es tu luz un deseo de oscuro añil y es tu reflejo un sueño constante".
(La Luna y su sombra. Beatriz Canabal)




miércoles, 12 de febrero de 2020

El jinete pálido


Hospital de campaña. Funston (Kansas). 1918.

LLevamos semanas escuchando en las noticias la amenaza mundial que supone para la especie humana el contagio y propagación de un virus llamado "coronavirus", una nueva cepa del mismo que hasta ahora se desconocía. Los síntomas son similares a cualquier gripe, tos y dificultad para respirar, fiebre, insuficiencia renal, lo que puede desencadenar  incluso en la muerte.
Los coronavirus, como así los llaman, se pueden propagar de animales a personas (transmisión zoonótica). Sabemos que hubo contagios de la civeta (una especie de mamífero carnívoro, parecido al mapache y que vive en la India, Sur de China e Indochina), o del pangolín, otro mamífero pequeño, cubierto de escamas, cuyo comercio ilegal está muy extendido en países del Sureste asiático.

Pangolín

Las propagación de una pandemia no es cosa del pasado. Cuando hablamos de una enfermedad que, de repente se expande y contagia a una gran parte de la población, nuestras mentes viajan al pasado, a ese año nefasto para la población europea, al 1348, año de la peste negra. Aquel brote vino de Oriente, desde donde pasó a las ciudades italianas que mantenían una gran actividad marítima y mercantil con esas zonas de Oriente Medio y Asia. En éste caso la enfermedad la transmitían las pulgas y piojos alojadas en los cuerpos de las ratas y otros roedores. La Peste Negra acabó con un tercio de la población europea, unos 20 millones de personas. 



En el 1918, en pleno ecuador de la I Guerra Mundial, se produjo una de las pandemias más mortíferas para la Humanidad. Hablamos de la conocida como "Gripe española", llamada así erróneamente con el fin de ocultar su efecto más devastador entre los países que participaron en la Gran Guerra. España, al declarase neutral no tuvo reparos en informar abiertamente sobre los terribles efectos de dicha enfermedad, caso contrario al resto de países europeos, que inmersos en la guerra optaron por ocultar sus efectos bajo una estricta censura militar.
El primer caso de gripe española apareció en los EE.UU, concretamente en el campamento de Funston en Fort Really, (Kansas), un soldado que se preparaba para ir a la Gran Guerra. Paralelamente, en Francia, apareció otro segundo brote, enfermando de manera irrefrenable soldados y población civil. Ambos bandos, alemanes y franceses pensaron, incluso,  que se estaban enfrentando a un arma biológica. -¡Es una venganza por el gas mostaza!-pero esa enfermedad en realidad estaba en el aire, en el tacto...era indudablemente "la  gripe".



Por entonces, en España, la zarzuela trajo una canción que terminó haciéndose muy famosa, ésta era, "La canción del olvido. Soldado de Nápoles" de José Serrano. Así fue como el pueblo de Madrid, ante la adversidad, adjudicaron "otro" nombre a la temible enfermedad. A la gripe española se la empezó a conocer como "Soldado de Nápoles", quizás para contrarrestar el dolor ante tanta muerte y enfermedad...la letra hizo el resto.




La mayor pandemia hasta entonces conocida acabó con la vida de 50 millones de personas, cinco veces más que la guerra.

* "El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo" de Laura Spinney (2018). 









domingo, 19 de enero de 2020

Hacia el Universo Incario




Regresar de un viaje siempre le despierta a una las ganas de otro y otro y otro... trazar un nuevo destino, elegir al azar nuevos países, paisajes, bosques, selvas, fijar la vista en el mapa mundi y soñar con volver a volar.
Mi reciente viaje a Perú ha supuesto una conquista personal de sensaciones, en total quince días por tierras del Altiplano Andino y El Amazonas peruano.
Cruzar el charco siempre envuelve un misterio, o por lo menos así me lo parece, y lo digo más que nada porque para mí era la primera vez que me embarcaba rumbo a las Américas y como entusiasta y conocedora de la cultura pre-colombina, me moría de ganas de pisar suelo incaico o cusqueño que para el caso es lo mismo.



La llegada a Lima duró un suspiro, lo justo para recoger maletas y buscar la puerta de embarque hacia Arequipa, esa ciudad concebida bajo la locura de los chamanes, o de los bien provistos de pulmones y ardor por las alturas. Así lo demuestran los 4.900 metros de altitud alcanzados en ese mirador tan estratégico que te permite tocar casi con las manos el volcán Misti o el Ampata, dos bestias de la naturaleza posadas sobre el aire y la inmensidad del terreno. Tuve suerte, no me dio el mal de altura conocido como "Soroche", pero el vértigo, el dolor de cabeza, la falta de orientación, la falta real de oxígeno,  y las ganas de descender a toda prisa se convirtieron casi en un deseo. Gracias a que existe el mate de coca, esa bendita y sagrada bebida que explica el que una civilización se asentara en tierras tan hostiles y que a día de hoy sea la razón por la que aguanten a tan escalofriante altura. Que una planta sea la respuesta evolutiva de un pueblo y su consiguiente adaptación a un terrero, creo que se merece el mayor de los respetos.



Tras la visita a la ciudad de Arequipa, el Cañón del Colca-famoso por el avistamiento de cóndores-y  un fugaz saludo a la momia Juanita, nos embarcamos en un bus nocturno hacia la preciosa ciudad de Cuzco. La llegada no puedo ser más agradable, desayuno en un hotel provisto de unas increíbles vistas a la ciudad y, así, entre mate de coca, riquísimos jugos de mango, papaya, tostadas y palta (aguacate), pusimos rumbo a la Plaza de Armas, corazón de la ciudad inca.

El Cusco, como así lo llaman, es algo más que una ciudad Patrimonio de la Humanidad. Sí, lo sé, los monumentos ya lo dicen casi todo, pero seguro que la sensación que yo tuve cuando empezaba a caminar por sus calles la habrán sentido otros muchos. El Cusco habla por si misma. Su perímetro es muy amplio pero el centro reúne y acumula un sentido propio, es como si sintieras el aliento del pasado recorriendo tu cogote. Las calles están llenas de vida, de artesanos, de niños, de ancianas con sus bolsas cargadas de flores, de carritos repletos de fruta camino al mercado de San Pedro, de turistas paseando y admirando su belleza, en definitiva, colores, sabores y muchas sensaciones se apoderan de ti.



Los siguientes días transcurrieron por los alrededores del Cusco, desde el conocido City Tour, haciendo parada en el espectacular sitio de Sacsayhuaman, la conocida como "fortaleza ceremonial"  a los yacimientos y ruinas arqueológicas del Valle Sagrado. De entre todos estos lugares tan emblemáticos me gusta destacar al gran Oyamtaytambo, y me refiero a él como si fuera un ser vivo que respira y siente,  lo digo porque quizás sean sus enormes y poderosas piedras las que hacen que tiembles sobre su estructura. Una poderosa nave ciclópea concebida y edificada por los dioses incas.

A partir de este punto el viaje ya adquiere otro significado. El universo incario comienza a tener un sentido propio, y digo esto porque una vez que has pisado estas ruinas tu forma de mirar el paisaje empieza a ser "otra". El siguiente destino es la joya de las joyas arqueológicas, es....es la hostia! (y lo siento por los más puristas pero no hay definición posible). Describir la subida al Machu Pichu y contemplar las ruinas al amanecer, creo que es "obligatorio" una vez en la vida, eso sí, ¡dense prisa!, parece ser que de aquí a dos años van a restringir la entrada a la ciudadela y ya sólo será visitable el primer tramo donde se localiza "la Casa del Guardián", lo justo para hacerte la "fotaza" y descender hacia el pueblo Aguas Calientes, el punto de partida y retorno hacia las ruinas.








De vuelta a Cusco, tras casi un día entero metidos en un bus local atravesando la cordillera andina, repusimos fuerzas para el siguiente y último destino, EL AMAZONAS.
Yo siempre quise ir al Amazonas-ese lugar mítico descrito por muchos- y esto me sucede desde que vi la película de "Fitzcarraldo" (1982) de Werner Herzog, una loca historia de música, naturaleza y aventuras, cuya acción se desarrolla a finales del siglo XIX. Su protagonista Brian Sweeny Fitzgerald, obsesionado por la ópera,  pretende construir un teatro en la selva. Para conseguirlo tendrá que hacer dinero con la industria del caucho, aunque la idea más surrealista supondrá transportar un enorme barco por el río, pasando por encima de una montaña. La película es fantástica a si que no se la pierdan...




Aterrizar en Puerto Maldonado fue como un sueño. Divisar a poca altura desde el avión la selva ya fue un subidón de adrenalina pero pisar tierra firme y sentir ese golpe de calor ya me introdujo con rapidez en otro mundo, un mundo hostil pero muy bello.