El alma que ha visto, lo mejor posible, las esencias y la verdad, deberá constituir un hombre, que se consagrará a la sabiduría, a la belleza, a las musas y al amor. Platón, Fedro o de la belleza.
Perhaps he knew, as I did not, that the Earth was made round so that we would not see too far down the road. Isak Dinesen
Sólo vemos lo que miramos. Mirar es elegir. John Berger
Y cogeré hasta el final de los tiempos, las plateadas manzanas de la Luna, las doradas manzanas del Sol. William Butler Yeats

jueves, 5 de septiembre de 2013

La reina desnuda



Jean-Auguste-Dominique, Ingres. "La Grand Odalisque" 1814. Oil on canvas. Musée du Louvre 

Candaules, a quien los griegos llaman Mirsilo, era tirano de Sardes y descendiente de Alceo, hijo de Heracles. (...) Pues bien, este Candaules se enamoró de su mujer, y, enamorado como estaba, creía tener una mujer mucho más hermosa que todas las demás. De modo que, en esta creencia, Candaules, con quien gozaba de gran favor Giges, hijo de Dascilo, uno de sus lanceros, no solo consultaba con este Giges los más importantes negocios, sino que también le ensalzaba sobre manera la hermosura de su mujer. Y transcurrido no mucho tiempo-pues era fatal que Candaules fuese desgraciado, dijo a Giges lo siguiente: "Giges, como me parece que tú no me crees cuando te hablo de la hermosura de mi mujer (porque los oídos de los hombres son más incrédulos que sus ojos), compóntelas para verla desnuda". Y Giges, con gran voz, dijo: "Señor, qué malsana proposición me haces al sugerirme que vea desnuda a mi señora! Cuando una mujer se quita su túnica, se despoja al mismo tiempo de su pudor. Hace tiempo que los hombres han encontrado las reglas de la honestidad, que debemos aprender; una de ellas es esta: que cada cual ponga los ojos en lo suyo. Yo estoy convencido de que ella es la más hermosa de todas las mujeres, y te ruego que no me pidas cosas inmorales". Con estas palabras Giges se negaba, temiendo que de ello le viniera algún mal. Pero el otro le respondió así: "Tranquilízate, Giges, no tengas miedo, ni de mí, pensando que yo te hago esta proposición para probarte, ni de mi mujer, por temor a recibir de ella algún daño; porque yo lo arreglaré todo de modo que ella ni siquiera se entere de que ha sido vista por ti. Te pondré en la alcoba donde dormimos, detrás de la puerta abierta ; y una vez que yo haya entrado, se presentará también mi mujer para acostarse. Junto a la entrada hay una silla; sobre esta silla colocará cada uno de sus vestidos conforme se los vaya quitando, y te dará ocasión de contemplarla con toda holgura. Y cuando de la silla se dirija a la cama y quedes a su espalda, procura entonces que no te vea cuando atravieses el umbral". El otro como no podía eludir aquello, se mostró dispuesto; y cuando Candaules creyó que era hora de acostarse, condujo a Giges a la alcoba, e inmediatamente después apareció también su mujer. Así que hubo entrado, Giges la contempló mientras iba dejando los vestidos; y cuando quedó a su espalda, en el momento que la mujer se iba a la cama, se deslizó a hurtadillas y salió fuera. Y la mujer le vio salir; pero aunque se dio cuenta de lo que había hecho su marido, ni gritó de vergüenza ni aparentó haberse dado cuenta, porque tenía la intención de vengarse de Candaules. Pues entre los Lidios, como entre casi todos los bárbaros, es una gran vergüenza, hasta para un hombre, el ser visto desnudo. Por el momento, pues, así lo hizo: no manifestó nada y se mantuvo quieta. Pero tan pronto como vino el día, después de haber apercibido a aquellos de sus criados de los que sabía que le eran más fieles mandó llamar a Giges. Este, que no creía que ella supiera nada de lo ocurrido, acudió a la llamada, pues ya antes, siempre que le llamaba la reina, solía presentarse a ella. Y cuando hubo llegado Giges, la mujer le habló así: "Ahora Giges, tienes delante dos caminos, y te doy a escoger el que quieras seguir. O matas a Candaules, y te apoderas de mí y del Reino de los Lidios, o bien eres tú mismo quien debe morir en seguida, para evitar que en el futuro, obedeciendo en todo a Candaules, veas lo que no debes. Sí, es necesario o que muera aquel, que ha tramado esto, o que muera tú, que me has visto desnuda y has cometido una inmoralidad. Giges se extrañó al principio ante aquellas palabras, pero en seguida suplicó que no le metiera en la necesidad de hacer semejante elección. Y como no lograba convencerla, sino que veía que realmente era necesario o matar a su señor o morir él mismo en manos de otros, elige salvar su vida. Y entonces hizo esta pregunta: "Ya que me obligas a matar a mi señor mal de mi agrado, vamos, que sepa yo de qué manera le echaremos mano". Y ella respondió: "El ataque partirá del mismo sitio desde donde él me hizo ver desnuda, y se le echará mano mientras esté dormido". Así que hubieron dispuesto la conjura, venida la noche, Giges, como no le dejaban y no tenía otra salida sino que debía morir él o Candaules, siguió a la mujer hasta el dormitorio. Y ella le da un puñal y lo esconde detrás de la misma puerta: y luego mientras Candaules dormía, Giges salió a hurtadillas, le mató, y así entró en posesión de la mujer y del reino.
Fragmento del Libro I (7-13) de Heródoto, Historias. Ed. Alma mater, Barcelona. Traductor: Jaime Berenguer Amenós.

The English Patient 1996. Anthony Minghella

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