El alma que ha visto, lo mejor posible, las esencias y la verdad, deberá constituir un hombre, que se consagrará a la sabiduría, a la belleza, a las musas y al amor. Platón, Fedro o de la belleza.
Perhaps he knew, as I did not, that the Earth was made round so that we would not see too far down the road. Isak Dinesen
Sólo vemos lo que miramos. Mirar es elegir. John Berger
Y cogeré hasta el final de los tiempos, las plateadas manzanas de la Luna, las doradas manzanas del Sol. William Butler Yeats

jueves, 21 de noviembre de 2013

El enigmático Doctor Semmelweis



Me paré junto a la estantería de libros en busca de una nueva historia. Vistos por el lomo casi todos parecían iguales. Tras un buen rato deambulando por los pasillos de la librería y con ganas de sentarme..., me situé frente a la carátula de un libro desconocido. "El enigma del Doctor Ignác Semmelweis" escrito por Sherwin B. Nuland, considerado como uno de los mejores cronistas de la historia de la medicina. El título me llevó a recordar aquella película que me fascinó hace ya unos cuantos años: "El experimento del Doctor Quatermass" (The Quatermass Xperiment) dirigida por Val Guest en 1955, un film de ciencia ficción que presenta una nueva tipología de vida extreterrestre que toma la forma de un monstruo y que termina siendo una amenaza biológica. Terrorífica para la época. Pero vamos al libro en cuestión. El título y el diseño de la cubierta me transportaron directamente al pasado. La fotografía de un rostro decimonónico y un abanico de múltiples microorganismos que flotan sobre el papel. Un buen comienzo para una (posible) interesante lectura.




Ignác Semmelweis fue un obstreta húngaro del siglo XIX, que dedujo a partir de la observación de sus pacientes, cómo detener las fiebres que durante siglos habían sido la principal causa de muerte de las mujeres que daban a luz, lo que se conoce como fiebres puerperales. Semmellweis es recordado hoy en día por algo tan sencillo y a la vez tan importante como es el hecho de que todo médico ha de lavarse las manos antes de examinar a sus pacientes, así de simple. La historia de cómo los médicos propagaban la fiebre de una mujer a otra en los hospitales maternales es un tanto escalofriante, pero verídica. Situémonos en la vieja Europa de mediados de siglo XIX. Los hospitales comenzaban a cumplir una función social, atendían a pacientes, pero sin apenas material y utilizando unos métodos un tanto primitivos. No viene al caso pero recuerdo una visita a la Iglesia de Saint Giles (catedral del presbiterianismo) en Edimburgo. Dentro se suceden inscritos sobre las paredes de las capillas cientos de nombres de oficiales, soldados, generales escoceses caídos en las muchas batallas del ejército inglés contra indios, zulúes, sudaneses...uno de esos hombres veneró de forma casi milagrosa el descubrimiento de la penicilina. A partir de ahí uno puede imaginarse lo que suponía contraer una simple gripe y no tener cura...
La dirección que tomó el pensamiento científico así como las formas de comprender y estudiar las enfermedades tomaron un impulso decisivo a lo largo del siglo XIX. Semmelweis versó sus principios en la "observación" durante los años que duró su investigación (consecuencia directa del pensamiento), en técnicas y métodos de razonamiento que había aprendido de sus profesores de la Facultad en Viena. Sin embargo tuvo que plantar cara al ala más conservadora de la medicina europea. Se le tachó de poco más que de revolucionario con su teoría y muy pocos aceptaron sus métodos para paliar las fiebres.


El Allgemeine Krankenhaus (Hospital General), Viena, 1825

Por entonces no se tenía nada claro la diferencia entre "contagio", "transmisión" e "infección". Los defensores ingleses del contagionismo se quedaron muy impresionados con la teoría de Semmelweis. Llevaban un tiempo especulando sobre si la atmósfera que rodeaba a un médico que había estado en contacto con un caso de fiebre puerperal, podía transmitirla a la paciente siguiente. La limpieza de manos y del material quirúrgico eran la respuestas  a la prevención de la enfermedad, y no la especulación a la existencia de partículas misteriosas e invisibles de las que nadie había obtenido pruebas ni experimentales ni microscópicas. Como afirmaba el Doctor en un artículo publicado en 1860: "la fiebre puerperal es una enfermedad de transmisión, pero no de contagio".
En 1857, Louis Pasteur-escribiendo en una revista que leían principalmente sus colegas químicos- describió que había detectado bacterias en la materia putrefacta que le había traído un fabricante local de alcohol de remolacha. Al darse cuenta de que estos microbios eran los responsables de la misteriosa catástrofe que estaba estropeando los productos de viticultores y cerveceros en los alrededores de la ciudad francesa de Lille, el profesor de 34 años llevó a cabo más experimentos y demostró que calentar el alcohol hasta una temperatura determinada mataba los gérmenes. La publicación de estos estudios señalaba la primera vez en que se relacionaban las bacterias con los cambios patológicos de la materia orgánica.

Louis Pasteur

El autor del libro constata en su crónica la falta de datos que corroboren la utilización del microscopio por parte de Semmelweis, si así hubiera sido, su teoría no hubiera naufragado por hospitales, por los múltiples comités científicos que la rechazaron, incluso entre sus propios colegas de profesión; con tan sólo analizar una muestra de tejido Semmelweis hubiera detectado a las invisibles partículas orgánicas, microorganismos, es decir, "las bacterias".
El fabuloso avance en el descubrimiento de estos microorganismos se debe a dos franceses: Coze y Feltz, que en 1869 anunciaron que habían encontrado en los tejidos de mujeres que acababan de parir, cadenas de microbios, lo que hoy día conocemos como estreptococos.
El trabajo final sobre las fiebres puerperales se recoge en el título "La etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal" escrito por Semmelweis y tras años de investigación. Sherwin B. Nuland, lo califica de libro complejo, escrito de manera compleja por un hombre complejo. Las complejidades y rarezas de Ignác Semmelweis están reflejadas en su obra magna y en la manera en que se puso a escribirla. El resultado son 543 páginas de un libro que resulta repetitivo, arrogante, acusatorio, tedioso, detallado hasta el punto de la aridez...en resumen, prácticamente ilegible. Semmelweis ya no podía refugiarse en la creencia de que su trabajo estaba siendo rechazado, lo que ocurría es que nadie lo comprendía.


Cuerpos de profesores de facultad de Viena. 1853


Semmelweis presentaba un carácter furioso, exasperado, con cambios de humor, no se preocupaba por los gastos ni por el dinero que ganaba, su despreocupación se convirtió en un profundo desaliño. Su rígida moralidad se transformó en un viva la vida, frecuentaba burdeles e incluso comenzó a verse públicamente con una prostituta. Sus colegas de facultad así como su mujer María decidieron recluirlo en casa por una temporada, su marido había perdido la razón. Tras sopesar el estado de Semmelweis, los suyos le confinaron en una institución pública: un sanatorio mental. Una noche, tras su ingreso en el sanatorio, Semmelweis intentó escapar, y tras ser retenido a la fuerza, cayó en un delirio extremo que ni tan siquiera seis enfermeros pudieron aplacar. Finalmente, dos semanas después, María recibió la noticia del fallecimiento de su marido. Tras realizarse la autopsia del cuerpo, se diagnosticó una herida en la mano. Esta había producido una terrible infección que se extendió por todo el sistema circulatorio, lo cual derivó en una septicemia. Ironías de la vida, la autopsia desveló pruebas muy similares a las que habían ayudado a Semmelweis en su investigación sobre las fiebres puerperales. Murió un 13 de Agosto de 1865, a los 47 años.

Ignác Semmelweis



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